A todos nos gusta cuando pasamos por delante de una fábrica de gofio y olemos el millo tostado: huele a roscas, cotufas, palomitas de maíz, crispetas o como lo llamen en tu lugar de procedencia.
Cuando saboreamos, olemos, sentimos el tacto, vemos, incluso cuando oímos a los alimentos estamos usando la organoléptica.
El flavor de un alimento es el conjunto de todas esas actividades sensoriales. Gracias a las cualidades organolépticas, un sommelier puede determinar las calidades y cualidades de los vinos, por ejemplo.
Pues bien, una de las funciones que tenemos los dietistas es conseguir que la combinación de alimentos que introducimos en los regímenes nutricionales sea lo más rica y sabrosa posible, de esa manera el cliente/paciente no abandonará ni verá en la dieta un problema o sacrificio que lo lleve al efecto rebote cuando consiga sus objetivos debido, precisamente, a la vuelta a los alimentos que de verdad le gustan.
La organoléptica de los alimentos puede ser un gran aliado para los dietistas en la consecución de los objetivos de sus pacientes para ello, una buena combinación de alimentos en base a una anamnesis (entrevista) previa bien detallada de los gustos del paciente se hace imprescindible. Es por ello que la mejor dieta es la dieta personalizada. Cada persona detecta la organoléptica de los alimentos de una forma diferente y a eso se debe adaptar el buen dietista para realizar bien su trabajo.
